Indiscutible es la forma vertiginosa en cómo el coronavirus cambió de un instante a otro nuestra forma de vida. Un enemigo poderosísimo e invisible que llegó para quedarse por un buen tiempo y del que aseguran –hasta el propio presidente Martín Vizcarra- alcanzará a contagiar a toda la población. Mientras las pérdidas económicas azotan a los más pobres las cifras de contagios y muertos se cuentan por miles.
Triste escenario que empieza a golpear a nuestros pueblos mostrando su verdadero rostro, en medio de la histeria colectiva, agitada por el desenfreno de indóciles pobladores que a diario copan calles, plazas y mercados, para buscar el sustento diario y llevarse el pan a la boca con su propio esfuerzo.
Difícil contexto que –esperamos- de aquí a un tiempo solo sea un vago recuerdo; eso sí, el covid-19 nos está enseñando lo efímera que es la vida, lo insignificante que somos ante ese milagro de la naturaleza y que no siempre el estatus social o económico prevalece por sobre todas las cosas. No podemos dejar de reconocer el esfuerzo, lucha, entrega y sacrificio de nuestros héroes, los médicos y enfermeras de todo el país, que aferrándose a la vida y cumpliendo con su juramente hipocrático se mantienen firmes en la primera línea de batalla.
Con un Congreso en pañales, un Presidente sin bandera y sin rumbo político, con alcaldes defensores de sus diezmos y con un pueblo completamente irresponsable, indisciplinado, solo queda cuidarnos por cuenta propia. No podemos bajar la guardia, tenemos que seguir cumpliendo simples prácticas de cuidado personal como el uso adecuado de la mascarilla, el correcto lavado de manos y mantener distancia social, recomendaciones fundamentales en la incesante lucha que libra el mundo para frenar el avance del coronavirus, mientras la comunidad científica batalla para conseguir el antídoto que nos salve de una muerte segura.
El covid-19 lo ha cambiado todo, ha trastocado nuestra propia vida de manera inimaginable. Por ejemplo, julio en Celendín es sinónimo de gente, fiesta, algarabía popular, pero no en las actuales circunstancias. Nuestro pedacito de cielo considerado como “el pueblo de las mil y un fiestas” se ha visto obligado a suspender todas sus actividades patronales, como expoferia, procesiones, desfile patriótico, bailes sociales, corrida de toros, entre otras actividades, solo para salvaguardar la salud de la población y evitar contagios masivos.
“Si Dios quiere y nuestra santa patrona la Santísima Virgen del Carmen lo permite, el próximo año con fuerza”, comentan nuestros paisanos sedientos de confundirse entre el bullicio y el alboroto que provoca nuestra fiesta. Y como nosotros también nos sentimos parte de ella, a pesar de las vicisitudes y dificultades que nos rodean, ponemos a disposición de nuestro selecto público lector una edición más de su revista ¡Oígaste!, que ha sido trabajada con dedicación y esmero, con la colaboración de algunas de las mentes más brillantes de Celendín en el campo de la literatura, la cultura, la historia y el arte.
No podíamos esperar mucho tiempo. A fines del año pasado, exactamente el 20 de diciembre, mientras se encaminaba la publicación de nuestro tercer número, una grata noticia llegó a Celendín cuando en el Diario Oficial El Peruano se promulgó la Resolución Viceministerial N° 237-2019-VMPCIC-MC, del Ministerio de Cultura, declarando como Patrimonio Cultural de la Nación a la tradicional danza “La Guayabina” del caserío Santa Rosa, tras varios años de infatigables gestiones. El hecho histórico trasciende en la posteridad de nuestro pueblo, al reconocer como tal a un componente de nuestro patrimonio cultural inmaterial, floreciente de generación en generación. La otra tarea pendiente, ojalá así lo entiendan nuestras autoridades, está vinculada a nuestro carnaval shilico y al contagiante cilulo o shilulo, que también merece dicho reconocimiento.
Pero no todo es color de rosa. La cultura y el arte de nuestro pueblo están de luto. En los últimos meses infaustas fueron las noticias del repentino fallecimiento de dos hombres de bien, amantes del arte, la música y la cultura, talentosos shilicos que le dieron gloria a Celendín: Julio Díaz Dávila y Miguel Ángel Díaz Dávila. El primero, compositor del “Himno a Celendín” y del himno al colegio Coronel Cortegana, mientras que MADD, muy talentoso en la escultura, el dibujo, la pintura y la música.
Trabajar en la publicación de una revista no es cosa fácil, porque no solo se debe asegurar la recopilación de temas que irán en sus páginas, sino también garantizar su financiamiento, por el mismo hecho de que queremos que nuestra gaceta llegue a sus manos, a costo cero, de manera gratuita. En ese sentido, tenemos que agradecer a las diferentes personas, instituciones y empresas, públicas y privadas, que le extienden la mano a la cultura e historia de nuestro Celendín querido para que gracias a su contribución se cristalice el cuarto número de ¡Oígaste! “La Revista de los celendinos”. Esperamos que lo disfruten.
Fraternalmente, Eler Alcántara Rojas.
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