En el presente año nuestra provincia de Celendín cumple 158 años de creación política y el próximo 06 de enero habrá alcanzado 200 años de la jura de su independencia, recordando ese momento histórico, acontecido en la floreciente Villa Amalia de Zelendín allá por 1821, cuando seis meses antes de que el libertador José de San Martín proclamara la Independencia Nacional, valerosos hijos de este pedacito de cielo se adhirieron a la causa dando el grito de ser libres e independientes.
Al conmemorarse el Bicentenario de Independencia, las autoridades de turno tenían planificadas un ramillete de actividades, pretendían celebrarlo con júbilo, por todo lo alto, con pompa y algarabía, como hubiese ocurrido en cualquier otra celebración de colosal trascendencia. Pero la COVID-19, lo ha cambiado todo. El avance de la pandemia ha frenado nuestro ritmo de vida opacando la antesala celebratoria. Y es que no es para menos. Sería insensible armar fiestas mientras cientos de familias hoy lloran la pérdida de sus seres queridos.
No habrá festejo, fanfarria, jarana, sino más bien un serio balance de cuánto hemos avanzado en 200 años de vida republicana, independiente, en términos de desarrollo humano y colectivo. Para los celendinos llegar a este Bicentenario con todo lo prodigioso que posee esta tierra, teniendo a cuatro distritos entre los veinte más pobres del país, no debe ser motivo de presunción o alegría. Los indicadores del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), que colocan a Oxamarca, Huasmín, Miguel Iglesias y Cortegana, como los de mayor extrema pobreza en el Perú, no es más que el resultado de la aberrante injusticia social que machaca a nuestros pueblos, a nuestra gente, robándole a nuestros niños sus anhelos, sueños, esperanzas e ilusiones, alimentada por nefastos gobiernos locales, a donde llegan generalmente sujetos indeseables que fungen de alcaldes para dilapidar las arcas municipales y prosperar miserablemente. Así fue ayer, así es ahora y seguramente lo seguirá siendo siempre.
Pero, en medio de esta vorágine es oportuno hilvanar pensamientos, ideas y sentimientos, para recomenzar a conducirnos por aquellos pasos perdidos, esos que ayudaron a los shilicos de antaño a encaminarse hacia sus metas y objetivos, puesto que –por ejemplo- la celebración de tales efemérides (aniversario de fundación, independencia o creación política) no sería posible si hombres de gran valía no hubiesen vencido incomprensiones y adversidades o envidiosos socavamientos.
Los celendinos de ahora, de las presentes y nuevas generaciones, necesitamos concretar nuestras propias esperanzas, nuestros propios propósitos e ilusiones. No podemos defraudar a nuestros antepasados. En medio de la crisis que nos golpea, intimida y lastima, un mejor futuro es posible. La tarea es de todos, pero principalmente de nuestras autoridades pues son ellas quienes manejan presupuestos y pueden desde sus cómodos cargos empezar a planificar ese gran proyecto llamado Celendín, el Celendín de todos, en donde junto al ciudadano de a pie podamos transformar las barreras en oportunidades, encarando con confianza el futuro.
Si queremos desarrollar como pueblo, como provincia, cualquier esfuerzo debe centrarse en el cierre de brechas sociales y superación la pobreza, apalancando programas de agua segura y saneamiento integral, programas de reducción de desnutrición crónica infantil, promoviendo el acceso de la población a servicios de salud, fortaleciendo los establecimientos médicos tanto en infraestructura como en recursos humanos; mejorar la calidad educativa y ampliar la cobertura educativa en sus diferentes niveles; implementarlos con equipos tecnológicos y aulas multimedia; coberturar al 100% la electrificación rural; promover planes de negocio, gestión y emprendimiento; fomentar la competitividad económica con la participación del sector público y privado; promover el empleo digno canalizando presupuestos hacia los distritos, centros poblados y caseríos; implementar programas de infraestructura agrícola y pecuaria (obras de infraestructura de riego y manejo de agua resultan prioritario); mejorar la infraestructura vial e impulsar la actividad turística; fomentar la agroindustria y artesanía; promover la conservación y aprovechamiento sostenible de los recursos naturales; plantas de tratamiento de residuos sólidos y líquidos; y, consecuentemente apostar por una reforma institucional con municipios eficientes y mecanismos de evaluación que permita mejorar el desempeño de sus funcionarios, evitando la burocracia y que rindan cuentas de manera clara y oportuna a la ciudadanía.
El futuro no está escrito aún. Lo tenemos que construir día a día con esperanza, fe y trabajo. La celebración de nuestro Bicentenario debe ser momento propicio para repensar hacia donde nos dirigimos el futuro de nuestro pueblo. Que sean estos los nuevos vientos que soplen durante este significativo acontecimiento.
Así pues, nos hacemos presente en una edición más de su revista ¡Oígaste!, que ha sido trabajada con esfuerzo y sacrificio por nuestro equipo directivo y selectos colaboradores, quienes con su brillante pluma y talento hacen posible esta quinta entrega. ¡Disfrútenlo!
Fraternalmente, Eler Alcántara Rojas.
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